viernes, 3 de mayo de 2013

Maria Woodworth-Etter


En 1844, en una solitaria granja en Lisbon, Ohio, nació María.
Una niña de pueblo en mitad de un estado agrícola, parecía destinada a ser ama de casa y madre, pero a los trece años, tras convertirse, Maria Woodworth-Etter, recibió un llamamiento a servir a Dios como predicadora.

Las dificultades para una mujer en el siglo XIX eran enormes y los problemas personales de María parecían insalvables.
Su madre murió poco después y ella tuvo que hacerse cargo de la granja, lo que terminó con sus sueños dedicarse a predicar.
Tras la Guerra Civil, Maria se casó con P. H. Woodworth, un soldado herido que dedicó, junto a su nueva mujer, todas sus fuerzas para levantar la granja.
Tuvieron seis hijos, pero cinco murieron a muy corta edad, transformando la felicidad de los Woodworth en una profunda tristeza.

María, desesperada, buscó en la Biblia la respuesta a su triste situación. Las palabras del profeta Joel la llenaron de ánimo, cuando descubrió que, según la promesa de Dios, tanto las mujeres como los hombres recibirían el derramamiento del Espíritu Santo, en los últimos tiempos.

Una noche, mientras oraba, tuvo una visión que la llevaba sobre las inmensas praderas del Oeste y vio como ella predicaba sobre los amarillentos campos de trigo.
Entonces, una voz le dijo: “Así como caen los granos, caerán las personas”. Una nueva vida comenzaba para María.

¿Podría superar todos los obstáculos y convertirse en una de las primeras predicadoras del siglo XIX?

Comenzó a servir dentro de su propia iglesia, pero al poco tiempo su ministerio se extendió a otras congregaciones que le pedían que fuera a visitarles.
Al poco tiempo, Maria comenzó a comprobar que, tras la oración, algunas personas caían al suelo sin que ella las tocase. Estos “trances” le causaron numerosas críticas entre los ministros de las diferentes denominaciones. La propia predicadora definía de esta manera los trances: “Son una de las cuatro formas en que Dios se manifiesta en una visión. En la forma del trance, las capacidades naturales se congelan y de esta manera Dios puede ministrar todo lo que sea necesario”.
Unos años más tarde, en uno de los momentos de mayor reconocimiento, María se separó de su marido, que le había engañado con otra mujer.
En 1892, su ex marido moría de fiebres tifoideas. Ella se casó unos años más tarde. Después de una larga temporada de campañas evangelísticas en el Oeste y de la publicación de varios libros, su fama se extendía por todo el país.
Pero también tuvo problemas con la Justicia. Fue citada tres veces a juicio, pero solo una de ellas prosperó. El juicio se realizó en Framingham, Massachussets.
Los cargos eran los de hipnosis y la práctica de la medicina. Al final la causa se desestimó.
La Campaña Mundial de los Ángeles, en la que participaba la iglesia de Azusa, fue la que originó una de las divisiones más profundas y duraderas entre los nacientes grupos pentecostales.
Un tal John G. Scheppe comenzó a predicar que solo había que bautizar en el nombre de Jesús y que si alguien había sido bautizado en el nombre de la Trinidad debía ser rebautizado.
La hermana Maria adoptó una posición ambigua y, tan sólo unos años después, condenó abiertamente el unitarismo.
En 1918, tras cuarenta y cinco años como evangelista, María se estableció en Indianápolis y construyó una gran iglesia.

Algunas declaraciones de la evangelista:
"Los domingos recorría más de 11 kilómetros y tenía reuniones los sábados en la noche, además de tres reuniones de Rabat a veces en diferentes iglesias y luego volvía a casa por un camino árido y empinado. Para entonces estaba exhausta y apenas si podía moverme para hacer mi trabajo. Pero al finalizar la semana, comenzaba de nuevo; y muy a menudo tenía reuniones durante la semana en los pueblos de alrededor, cerca de donde yo había nacido."

Ester era conocida por demostraciones del poder de Dios en formas inusuales. Mientras ella predicaba, la gente corría hasta el altar clamando misericordia. Caían bajo el poder de Dios y yacían en el piso como si estuvieran muertos. Luego de casi dos horas, una persona tras otra se paraban de un salto y gritaban dando adoración a Dios sus rostros brillaban por eso la llamaban conversiones brillantes.

Era el 1 de enero de 1885, en una iglesia metodista 5 lideres se pusieron a orar para que Dios sacudiera la ciudad y Dios le contesto por medio de un niño. El niño líder de la clase cayó primero bajo el poder de Dios. Se levanto de un salto y se acercó al pulpito, y comenzó a hablar con sabiduría y poder de Dios. Su padre comenzó a alabar al señor. Mientras el pequeño exhortaba y llamaba a la gente a Cristo, toda la congregación comenzó a llorar. Algunos clamaban; otros caían postrados.
Tal demostración de poder tocó negocios, bares y alcanzo a muchos pecadores la gente caia bajo el poder del Espíritu Santo en las carreteras, casas y negocios. Dios la uso en señales y prodigios, especialmente de sanidades físicas.
Su larga vida tocaba a su fin, con ochenta años y tras haber enterrado a sus seis hijos y dos maridos, poco le quedaba ya por hacer.
Su ministerio había sido sencillo, pero acompañado por grandes manifestaciones de poder de Dios y miles de convertidos.


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