viernes, 3 de mayo de 2013

Juan Calvino


Nació el 10 de julio de 1509 en Noyon. Recibió enseñanza formal para el sacerdocio en el Collège de la Marche y en el Collège de Montaigu, ambos centros académicos dependientes de la Universidad de París. Influido por su padre (el cual prefería que su hijo se dedicara al ejercicio del derecho y no a la teología), cursó estudios de leyes en las universidades de Orleans y Bourges. Junto a varios amigos empezó a interesarse por el entorno del humanismo, así como por el movimiento de la Reforma, y emprendió estudios sobre la traducción griega de la Biblia. En 1532 publicó un comentario sobre De Clementia, obra de Lucio Anneo Séneca, en el que ya quedaba de manifiesto su sólida y erudita formación humanista. Se asoció entonces con Nicolás Cop, que acababa de ser elegido rector de la Universidad de París, y ambos tuvieron que huir de la ciudad en 1533, cuando aquél hizo público su apoyo a Martín Lucero.

Durante los dos años siguientes llevó una vida errática; prosiguió sus estudios y escritos, al tiempo que formulaba, a partir de la Biblia y la tradición cristiana, los principios básicos de la doctrina, lo que le obligaba a eludir constantemente la persecución de la Inquisición. En 1536 publicó en Basilea la primera edición de su Institutio christianae religionis (Institución de la religión cristiana, también conocida como La institución cristiana) un conciso y provocativo trabajo que le situó al frente del pensamiento protestante. Ese mismo año viajó a Ginebra, tras haber sido invitado por Guillaume Farel a participar en el movimiento de reforma que se respiraba en la ciudad. Permaneció en Ginebra hasta 1538, año en que los ciudadanos votaron contra las propuestas de Farel y ambos fueron invitados a abandonar la ciudad. Marchó a Estrasburgo, donde tomó parte en la vida religiosa de esa comunidad, contrajo matrimonio con la viuda Idelette de Bure (con quien tuvo un hijo, que murió en la infancia) y publicó el primero de sus numerosos comentarios sobre los libros de la Biblia.

En septiembre de 1541, los habitantes de Ginebra convencieron a Calvino para que regresara y les dirigiera de nuevo en la reforma de la Iglesia. Allí viviría el resto de su vida, excepto durante los breves viajes que le impuso su actividad al frente de la ciudad. Su esposa falleció en 1549 y no se volvió a casar. Aunque recibió una casa y salario del gobierno local, no tuvo cargo oficial en el mismo y sólo en 1559 se hizo ciudadano de Ginebra. Su liderazgo fue discutido hasta 1555, cuando fue derrotada la resistencia de la influyente familia Perrin.

Calvino redactó el borrador de las nuevas ordenanzas que el consejo adoptaría como constitución de Ginebra, regulando a la vez temas sagrados y profanos. Apoyó también el establecimiento de un sistema de escuelas municipales para todos los niños y de un centro de formación para los estudiantes más adelantados, la Academia, que inauguró en 1559 (con Teodoro de Beza como rector) y que muy pronto se convertiría en una verdadera universidad.

Mientras estuvo al servicio de Ginebra, la ciudad se vio amenazada con frecuencia por los ejércitos a las órdenes de Manuel Filiberto, duque de Saboya, y de otros jefes católicos. En realidad, la ciudad era una auténtica fortaleza amurallada y sólo recibía alguna ayuda de las granjas de los alrededores y de sus aliados más próximos. El clima bélico y la constante amenaza de ser conquistada contribuyeron a que las condiciones de vida fuesen muy duras en Ginebra, que dependía en extremo de su comercio.
Calvino se propuso mejorar la vida de los habitantes de la ciudad a través de muchos medios. Propugnó la construcción de hospitales, el establecimiento de una infraestructura de alcantarillado y de barandillas protectoras en los pisos altos para evitar que los niños se cayeran, y prestó una atención especial al cuidado de pobres y enfermos y a la progresiva introducción de nuevas actividades artesanales. Promovió también el uso de la lengua francesa en las iglesias y contribuyó de forma decisiva a su formación como lengua moderna.

Sin embargo, su mayor aportación a la historia de la Iglesia fueron sus escritos. Compuso personalmente numerosos himnos y animó a otros a hacerlo, entre ellos a su colega Louis Bourgeois, quien compuso el denominado Salterio Ginebrino, llamado a ser el modelo de muchos himnos protestantes. Redactó un influyente catecismo, cientos de cartas a compañeros reformadores y comentarios sobre casi todos los libros de la Biblia. También fueron recopilados sus escritos y numerosos sermones.

Nunca gozó de buena salud, pues padecía asma bronquial, y estuvo muy delicado desde 1558, a causa de una violenta crisis de fiebre cuartana. Falleció el 27 de mayo de 1564 y fue enterrado en una sepultura anónima en Ginebra.

Fuente: adaptado de Enciclopedia Encarta






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